Y
a he oído demasiadas
veces esa pregunta como para no intentar responder. Lo que exprese aquí será,
como siempre, mi humilde opinión y anticipo que se trata de una reflexión que paren
a partes iguales la cabeza, el corazón y las vísceras.
Todo aquel y toda
aquella que se haya preguntado qué hacer o cómo cambiar el mundo es porque no
está de acuerdo con éste. En mayor o menor medida, habrá tomado conciencia de
una serie –a su juicio- de situaciones injustas, desfavorables, de expolio,
desiguales o, de lo más simple, de una realidad –a su juicio, de nuevo-
mejorable. Si ya hemos dado ese paso y poniendo como ejemplos situaciones
cercanas y desgraciadamente demasiado cotidianas (desahucios, desempleo, precariedad,
abusos, violaciones, asesinatos de género, corrupción…) y otras no tan cercanas
pero igualmente impactantes (guerra, cambio climático, extinción de especies, migraciones
humanas, feminicidio…) podemos empezar a imaginar y diseñar una serie de
alternativas. Es, digámoslo así, como observar algo que no nos gusta o que nos
perjudica y que, por lo tanto, creemos que hay que cambiarlo.
-Claro,
claro… yo tengo razón. –Me parece muy bien, pero yo tengo la porra. Tener
razón ante las injusticias no es, ni de lejos, suficiente como para acabar con
ellas. Normalmente, si se produce una sinrazón pública y notoria es porque
diversos poderes la han provocado y alimentado, por lo tanto, luchar por
convertir lo injusto en justo es ante todo una lucha contra el poder, contra
los poderes. En este país –y no valen las excusas- el soberano es el pueblo y
de aquí tenemos que extraer una conclusión preliminar: lo primero que podemos
hacer es votar y decidir quién nos gobierna, si alguien no vota y no participa
(como partícipe, como parte y forma concreta) cualquier cambio que logre será
estéril o puntual, y sucumbirá más pronto que tarde a nuevos poderes, con nuevos
o viejos intereses. ¿Los partidos actuales no sirven? Cambiémoslos, todos somos
libres de participar en ellos o de inventarse otros. Pero para eso hace falta
una visión distinta de lo político y de nosotros mismos como sujetos de esta
sociedad.
Qué
hacer es una pregunta con trampa. La pregunta debería de
ser ¿qué podemos hacer? porque hasta
que no aparezca ese plural no habrá una respuesta. Qué puedes hacer tú que eres
juez, no es lo mismo que lo que puedas hacer tú que eres secretaria de una
radio, ni lo mismo que puedas hacer tú que eres médica de un hospital que van a
privatizar, ni lo que puedas hacer tú que llevas dos años en paro, o lo que
puedas hacer tú informático, tú con tres hijos, tú con dos carreras y
trabajando de peón, o tú, por último, que has decidido hacer bueno el refrán de
“dios proveerá”. Si preguntamos qué podemos hacer la cosa cambia. Tenemos que –esta
es mi opinión- tomar conciencia de la situación más cercana, de la inmediata y
de las más alejadas. Después de ser conscientes de esa pésima realidad tenemos
que plantearnos la alternativa y eso va desde denunciar lo injusto a
combatirlo. Después tendremos que ver quién puede representar, organizar y
ejecutar mejor ese cambio pero con cada uno/a de nosotros/as siendo parte de
él, decidiendo, comprometiéndonos, actuando. Hay que aportar ideas, ganas,
tiempo o manos. Hay que sumar.
Es verdad que un país
que se indigna pero que convive con un país que ve saltar de un trampolín a
Falete, un país que articula críticas masivas pero que no admite la
autocrítica, un país donde unos soñamos despiertos y otros duermen entre
pesadillas, un país sin conciencia individual ni colectiva pero que se paraliza
para ver un partido de fútbol, un país sobreinformado de cotilleos, titulares y
apuntes pero sin cultura, no pinta demasiado bien para un experimento tan
revolucionario como es que la gente despierte, piense y actúe, pero si ya te
has preguntado qué puedes hacer, qué podemos hacer, ya has dado un paso
importante. Al menos ya eres consciente. Ahora de ti depende, de nosotros
depende, que la suma de consciencias triunfe.