lunes, 29 de abril de 2013

Paciencia y yo voy


Nos dice Rajoy que tengamos paciencia. Y yo voy y miro el diccionario de la RAE y me dice que paciencia es: Bollo redondo y muy pequeño hecho con harina, huevos, almendra y azúcar y cocido en el horno. Y yo voy y pienso en la receta y sólo soy capaz de entender lo de los huevos y lo de cocido. Y yo voy y vuelvo al diccionario y me dice que paciencia es: Resalte inferior del asiento de una silla de coro, de modo que, levantado aquel, pueda servir de apoyo a quien está de pie. Y yo voy y pienso en el asiento y sólo soy capaz de entender lo del resalte y lo del levantado aquel. Y yo vuelvo al diccionario y me dice que paciencia es: Lentitud para hacer algo. Y yo voy y pienso en Rajoy, en su madre, en su pose, en su gallería (de gallo, no de gallego), en sus santos ingredientes del bollo, en su morro y en su desconocimiento sobre el sufrimiento de miles y miles de personas y familias.

He buscado la palabra paciencia en el programa electoral del PP (214 páginas) y no aparece ni una sola vez. El título es “Lo que España necesita” y nos cuentan (de cuento, no de contar) cosas sobre educación, empleo, sanidad, impuestos… Cuando no se gobierna atendiendo a lo prometido se gobierna en fraude de Ley.

Señor mío, se nos están acabando los bollos y los asientos de coro. Debería usted dimitir y convocar elecciones.

jueves, 25 de abril de 2013

Los niños lloran


Unas veces porque no pueden ir de excursión con el resto de los compañeros de clase. Otras no pueden comprar la equipación deportiva. Otras no han desayunado en casa.

Son tres tipos de hambre. En la primera los niños lloran porque se saben menos felices, es el hambre de la cultura y de las ganas de saber, de relacionarse y de ser iguales. En el segundo caso lloran porque se sienten excluidos, es el hambre de la inferioridad, de saber que sus padres no pueden y otros sí. En la tercera lloran de dolor, de hambre, de verdadera hambre. Podría parecer que la última es la más terrible pero en realidad son terroríficas las tres; y hay más: hay hambre de libertad, hambre de esperanza, hambre de consuelo, hambre de ilusión, hambre…

Decía una canción de un grupo vasco -no recuerdo el nombre- que no había que “confundir el hambre con las ganas de comer”. Nos ha estado pasando con nuestro alocado consumo y desmedida ambición. Nuestras ganas de aparentar y consumir lo que no necesitamos de verdad nos ha traído una sociedad de desiguales en la que hemos estado confundiendo hambre con ganas. Hoy somos más conscientes de nuestros límites pero nuestros hijos no pueden pagar los despilfarros (ni los propios ni los políticos).

Ante cada hambre una respuesta. Ante cada injusticia una respuesta. Ante cada desaliento una respuesta. Ante cada canallada una respuesta. Hay que organizarse.

Si un niño no puede ir de excursión pongámoslo entre todos (o mejor doten a los Centros con partidas para ello y, si no, que no se organice la excursión). Si un niño o niña no puede jugar compremos chalecos de entrenamiento y que lleven debajo lo que puedan. Si no pueden comer en casa obliguemos a las administraciones a que destinen fondos para garantizar su comida. ¿Esto son propuestas populistas? Pues llámame como quieras. Lo que no podemos permitir es que la próxima generación nazca y se desarrolle en una sociedad de clases tan marcada como la esclavista o la feudal. Y recordad siempre que si un niño pasa hambre –cualquier tipo de hambre- es siempre una víctima y nunca un culpable. Culpables somos todos nosotros, unos por haber votado a quienes hemos votado, otros por no votar, otros por su silencio y otros por gritar de más. Unos por aprovecharse y otros por claudicar.

lunes, 22 de abril de 2013

llengua catalana


El nacionalismo de ustedes se parece al amor del hijo junto a la tumba del padre; el nuestro, se parece al amor del padre junto a la cuna del hijo (...) Para ustedes la Nación se realizó y fue derogada; para nosotros, todavía sigue naciendo.
Arturo Martín Jauretche
 

Leo ahir entre espantat i fastiguejat la nova campanya espanyolista contra la llengua catalana. Vull, per primera vegada a la vida, escriure aquestes reflexions en aquest idioma per, almenys, dos motius fonamentals: El primer demostrar que dos pobles poden, si volen, comunicar-se i després entendre; i, en segon lloc, perquè em dóna la gana.
Sempre he pensat que un andalús (que és el que sóc) no és diferent d'un xinès, d'un anglès o d'un català. I, per descomptat, que el català tampoc és diferent de basc, el valencià, el gallec o el canari ... del xinès o l'anglès. Al meu humil entendre tots som persones. No hi ha més.
Aquestes persones, atenent la seva organització, podran pertànyer a un estat o un altre per relacionar-se amb iguals, per defensar els seus interessos, perquè la seva cultura prosperi o almenys es mantingui. Podran triar la seva política, podran sentir-se poble ... podran ser poble. És un dret que no hauríem de discutir o negar perquè ens faria retrocedir al segle XVIII i a la posada en marxa de l'Estat Modern. I aquí és on hem d'aprendre tots (parlem com parlem, mengem el que mengem i ballem el que ballem): que cadascú sigui lliure de triar què vol ser.
Les idees es canalitzen, vehiculen i prosperen gràcies a la llengua i, en aquest sentit, és fonamental defensar-la. Les persones tenen el dret (i el deure) d'expressar en el seu idioma, de respectar els altres, de conèixer-los i saber què han aportat a la humanitat. Hi haurà bo i hi haurà dolent -no té res a veure- però de la mateixa manera que un xinès pot fer negocis a Alemanya, un alemany pot estiuejar a Andalusia, un andalús pot treballar a Catalunya i un català pot menjar rotllos de primavera, de la mateixa manera, deia, les nostres llengües poden relacionar-se, contagiar, aprendre, desenvolupar-se ... és només un problema de voluntat. El que no és de rebut, és que intentin imposar una altra: seria com capar el pensament.
Espero no haver comès moltes faltes d'ortografia (i espero que sapigueu perdonar), m'hauria agradat incloure en el text alguna cosa que em va costar molt entendre quan vaig començar a llegir aquest idioma: fer volar coloms. Per molt que ho traduïa no aconseguia "imaginar".

miércoles, 17 de abril de 2013

Cospedal, nazi es...




Logra Ken Follet en su “invierno del mundo” novelar con bastante acierto lo que los nazis hicieron en Akelberg. No era la única instalación de ese tipo que había en Alemania y aunque llevaran nombres tan inocuos como institución sanitaria, casa de salud u hospital, en realidad eran fábricas de exterminio. Podría parecer que estoy hablando de los conocidos campos de concentración donde los nazis realizaron el holocausto de judíos, homosexuales, comunistas, gitanos o negros pero estoy refiriéndome a algo mucho más siniestro si cabe: el asesinato de los enfermos mentales, discapacitados, mestizos o enfermos crónicos del propio reich, es decir, de ciudadanos alemanes, austriacos, prusianos, luxemburgueses…


Este macabro plan comienza el uno de septiembre de 1939 con el nombre de Operación T4 el mismo día de la invasión de Polonia y sin que aún se haya declarado la Guerra contra Francia y el Reino Unido. La primera fase programada consistía en la eutanasia de los niños en todos los centros psiquiátricos del país y se ha calculado que más de 300 mil personas de cualquier edad y sexo fueron seleccionadas y ejecutadas entre 1939 y el final del conflicto. Bajo el argumento de la pureza de sangre los nazis decidieron ejecutar a los más débiles para, en realidad, destinar todos sus recursos a la maquinaria de guerra. Imagino que por distancia con los personajes o por ser algo más conocido, Follet no quiere poner de ejemplo lo ocurrido en Hartheim donde está documentada la “higienización” de 70273 personas. (Lo cito aquí por si alguien quiere profundizar en el tema).


El caso es que, en mi opinión, si tenemos que intentar resumir qué es un nazi (antes y ahora), deberíamos de pensar más en este tipo de prácticas que en cuestiones ideológicas que siempre podrán aparecer como abstractas y serán discutibles. Por lo tanto, un nazi es quien ataca a los débiles. Apúnteselo Cospedal, para la próxima vez que califique a alguien y, ya de paso, a ver si la siguiente vez que quiera usar una metáfora política la oímos decir algo así como que “los de la PAH son unos franquistas”… que lo de aquí está más cerca y se entiende mejor.

lunes, 15 de abril de 2013

Los Idus


Se encala. Esa capa nueva de blanco inmaculado viene a ser una suerte de renacimiento de cada casa, de cada pueblo. Aún es pronto para los vencejos pero las vides ya tienen hoja y no sabemos si ponernos botas o alpargatas, manga corta o rebequita. Es tiempo de renacer, de abandonar el ostracismo del frío y de lo gris, de enfrentarse a lo que viene, de plantearse el futuro… aunque sea hasta la próxima mano de cal.

El día de en medio de cada mes, el día 13 o 15, los romanos celebraban sus “idus”, eran días de agradecimiento, de contemplación de la tierra y las cosechas, de gracias a los dioses, y, también de encuentro, celebración, conspiraciones y propuestas. Días para la coronación de emperadores o para fundar ciudades, firmar alianzas o debatir el “estado de la nación” de la época. Pocos lo saben y menos lo reconocerán, pero muchas de nuestras celebraciones cristianas y las pocas paganas que han sobrevivido, son la adaptación a la influencia y recuerdo de esas fechas.

Hoy, el idus de abril, todo florece menos las ideas que, desgraciadamente, no nacen en los bancales y se cultivan en un espacio mucho más complejo. Que no te jodan la primavera, que no corten tu renacimiento, que no aparezca tu Brutus particular... si tienes a mano cal, dale una manita a tu casa y a los tristes, a tus ganas y sus muertos.

viernes, 12 de abril de 2013

chinchetas y alcayatas


Me contó el sabio Juan C. Romero² en una de esas cervezas que de vez en cuando puedo disfrutar con él, que había dos tipos de bares en la movida madrileña: Estaban los que tenían las paredes llenas de póster cogidos con chinchetas y sonaba rock, y, los que tenían láminas enmarcadas y sonaba jazz… en los primeros no sólo se estaba mejor, es que además las copas eran mucho más baratas y se ligaba más.

Me da envidia sana la capacidad de Juan para contar las cosas, pero mucho más envidio esa competencia para el análisis y la síntesis (y lo digo sin retintín, ironía o coña): chincheta bien, alcayata mal.

Hoy nos bombardean anuncios, perfumes, gestos, titulares, envidias… apenas algún símbolo suelto y desolado, mucho odio, mucha desidia, mucho miedo. Tenemos, más que nunca, que pararnos a identificar lo fundamental –que no es otra cosa que nuestro momento, nuestro entorno, nuestro trabajo, nuestros tiempos y nuestros sentimientos- y dotarnos de herramientas que nos permitan distinguir entre lo que quieren vendernos y lo que necesitamos o queremos. Podría parecer que estoy hablando de cuestiones materiales pero os ruego que hagáis un primer esfuerzo de abstracción porque estoy hablando de ideas, de ideales y de ideología.

Por lo tanto, más cultura, más debate sincero, más formación, más implicación, más coherencia, más coraje, más organización, más ganas, más lectura, más transparencia, más modestia y, sobre todo, más y más gente. La política toca fondo en la valoración y la conciencia porque no nos paramos a distinguir las chinchetas (buenas políticas) de las alcayatas (políticas criminales). Programa, programa y programa (hecho de modo colectivo, vinculando a personas distintas y sabiendo agregar) es hoy una necesidad vital.

miércoles, 3 de abril de 2013

¿Qué hacer?

Ya he oído demasiadas veces esa pregunta como para no intentar responder. Lo que exprese aquí será, como siempre, mi humilde opinión y anticipo que se trata de una reflexión que paren a partes iguales la cabeza, el corazón y las vísceras.

Todo aquel y toda aquella que se haya preguntado qué hacer o cómo cambiar el mundo es porque no está de acuerdo con éste. En mayor o menor medida, habrá tomado conciencia de una serie –a su juicio- de situaciones injustas, desfavorables, de expolio, desiguales o, de lo más simple, de una realidad –a su juicio, de nuevo- mejorable. Si ya hemos dado ese paso y poniendo como ejemplos situaciones cercanas y desgraciadamente demasiado cotidianas (desahucios, desempleo, precariedad, abusos, violaciones, asesinatos de género, corrupción…) y otras no tan cercanas pero igualmente impactantes (guerra, cambio climático, extinción de especies, migraciones humanas, feminicidio…) podemos empezar a imaginar y diseñar una serie de alternativas. Es, digámoslo así, como observar algo que no nos gusta o que nos perjudica y que, por lo tanto, creemos que hay que cambiarlo.

-Claro, claro… yo tengo razón. –Me parece muy bien, pero yo tengo la porra. Tener razón ante las injusticias no es, ni de lejos, suficiente como para acabar con ellas. Normalmente, si se produce una sinrazón pública y notoria es porque diversos poderes la han provocado y alimentado, por lo tanto, luchar por convertir lo injusto en justo es ante todo una lucha contra el poder, contra los poderes. En este país –y no valen las excusas- el soberano es el pueblo y de aquí tenemos que extraer una conclusión preliminar: lo primero que podemos hacer es votar y decidir quién nos gobierna, si alguien no vota y no participa (como partícipe, como parte y forma concreta) cualquier cambio que logre será estéril o puntual, y sucumbirá más pronto que tarde a nuevos poderes, con nuevos o viejos intereses. ¿Los partidos actuales no sirven? Cambiémoslos, todos somos libres de participar en ellos o de inventarse otros. Pero para eso hace falta una visión distinta de lo político y de nosotros mismos como sujetos de esta sociedad.

Qué hacer es una pregunta con trampa. La pregunta debería de ser ¿qué podemos hacer? porque hasta que no aparezca ese plural no habrá una respuesta. Qué puedes hacer tú que eres juez, no es lo mismo que lo que puedas hacer tú que eres secretaria de una radio, ni lo mismo que puedas hacer tú que eres médica de un hospital que van a privatizar, ni lo que puedas hacer tú que llevas dos años en paro, o lo que puedas hacer tú informático, tú con tres hijos, tú con dos carreras y trabajando de peón, o tú, por último, que has decidido hacer bueno el refrán de “dios proveerá”. Si preguntamos qué podemos hacer la cosa cambia. Tenemos que –esta es mi opinión- tomar conciencia de la situación más cercana, de la inmediata y de las más alejadas. Después de ser conscientes de esa pésima realidad tenemos que plantearnos la alternativa y eso va desde denunciar lo injusto a combatirlo. Después tendremos que ver quién puede representar, organizar y ejecutar mejor ese cambio pero con cada uno/a de nosotros/as siendo parte de él, decidiendo, comprometiéndonos, actuando. Hay que aportar ideas, ganas, tiempo o manos. Hay que sumar.

Es verdad que un país que se indigna pero que convive con un país que ve saltar de un trampolín a Falete, un país que articula críticas masivas pero que no admite la autocrítica, un país donde unos soñamos despiertos y otros duermen entre pesadillas, un país sin conciencia individual ni colectiva pero que se paraliza para ver un partido de fútbol, un país sobreinformado de cotilleos, titulares y apuntes pero sin cultura, no pinta demasiado bien para un experimento tan revolucionario como es que la gente despierte, piense y actúe, pero si ya te has preguntado qué puedes hacer, qué podemos hacer, ya has dado un paso importante. Al menos ya eres consciente. Ahora de ti depende, de nosotros depende, que la suma de consciencias triunfe.