sábado, 26 de julio de 2014

Fracasemos


Me aburre el politiqueo y me apasiona la política. Me cansan las grandes cuestiones teóricas y sin embargo uso muchísimas veces retazos de ideas y prácticas viejas. Imagino que desde que Aristóteles se planteó el hombre como animal político a nuestros días, han sido muchos y muchas los que se han planteado las mismas cuestiones fundamentales que yo y, seguro, les habrán dado mejores respuestas que las mías. Yo hago política partiendo de un principio poco ortodoxo: creo que nunca tengo razón. Ya sé que suena raro pero prefiero partir de la negación antes que saberme en posesión de una verdad única e inamovible. Desde esa realidad voy construyendo verdades que me contradigan, me refuten y me edifiquen. Puede que sea un “antidialéctico” o puede que esté loco pero estoy convencido de que superar las argumentaciones y una práctica militante coherente son herramientas fundamentales para desarrollar y realizar ideas.

Tampoco soy mejor que quien está a mi lado, pero sí mejor que el que está enfrente. Cuando alguien decide que quiere cambiar el mundo es porque primero ha descubierto que el actual no le gusta, después se ha preguntado cómo podría transformarlo y, por último, ha buscado los instrumentos adecuados para hacerlo. En este David contra Goliat permanente en el que nos movemos los convencidos de la izquierda, esas herramientas son la clave para que hablemos de modelos, de estrategias y de elaboración en una sociedad en permanente cambio.

Por certeros que sean nuestros análisis, la sociedad cambia constantemente y como ésta demanda nuevas respuestas (y nuevos productos, y nuevos servicios, y “vivir mejor”…) nuestras preguntas y nuestros análisis tienen que cambiar también. Leí una vez una frase que difundió Benedetti pero que él reconoció era una pintada anónima en una pared de Quito y que seguro conocéis: Cuando teníamos las respuestas nos cambiaron las preguntas. Esto me vale para entrar en el fondo del objetivo de éste artículo: cuando teníamos la organización nos cambiaron las reglas.

IU y Podemos, Podemos e IU, no son mejores o peores la una que la otra o el otro que el uno, pero sí son mejores que quienes están enfrente. El fracaso de cualquiera de las dos es el fracaso de ambas (y ojalá esto lo entiendan pronto los dos). En IU es necesario un cambio que acabe con las ambiciones individuales y una formación (de formarse) permanente que haga de cada hombre y mujer una herramienta. En Podemos hacen falta estructuras estables (que será la primera contradicción que tendrá que superar) y una interconexión territorial y programática de la que hoy carecen. En IU su fijación como estructura entre lo viejo y lo nuevo le impide el crecimiento; en podemos esa falta les permite una expansión ilimitadas a través de las redes sociales. En IU tenemos obligaciones (cuotas, estatutos… pero también, montar una caseta y poner pinchos morunos, pegar carteles o trabajar en las instituciones) y en Podemos tienen voluntades. No estoy defendiendo un modelo frente al otro, muy al contrario, creo que deberían casarse cuanto antes, pero entre el modo de hacer política (fácil) de Podemos y el modo de hacer política de IU (muchos sacrificios) no hay dudas de cuál saldrá vencedor. El problema es que –ya lo he dicho antes- si hay un perdedor ninguna de las organizaciones terminará de ser suficiente. La una se irá muriendo, la otra morirá de éxito.

Me da pánico el respaldo de los medios de comunicación a Podemos y el poco caso que se le hizo a IU cuando puso en práctica esas mismas acciones que están aupando a Podemos. Por ejemplo, IU fue la primera organización que limitó el sueldo de sus cargos públicos a tres veces el SMI: ¿Quién se enteró? Ningún medio de comunicación se hizo eco de esta noticia y hoy parece un invento de la nueva formación. Ese respaldo, del que el PP es el mayor beneficiado, está debilitando los ánimos y las fuerzas de IU y la está llevando a la precipitación y a rediseñar su estrategia. Es cierto que, quizá, IU necesitara ese rediseño antes de que surgiera Podemos pero una vez que ocurre las prisas no son buenas consejeras. También es cierto que IU no puede esperar a que le cambien las preguntas.

El caso es que pronto, muy pronto, sabremos qué opina Podemos de cuestiones fundamentales o quizá opten por un serie de consignas y lemas difíciles de contradecir y de fácil seguimiento. Si hacen lo primero (programas de gobiernos locales, regionales y estatal) descubriremos que ni son una varita mágica ni hay, seguro, grandes contradicciones con las propuestas de IU (que tampoco es una varita mágica). Si hacen lo segundo seguirán recibiendo apoyos ingentes pero los pies de barro y las estructuras de papel se acaban en cuanto el lobo feroz pegue tres soplidos. “Las ideas no viven sin organización” es el resumen de una estrategia gramsciana sobre la hegemonía y esta es la clave para ver si es posible un matrimonio bien avenido entre IU y Podemos o se tratará de un vulgar matrimonio de conveniencia.

Algunas cuestiones se me quedan en el tintero (recordad que parto de que no tengo razón) pero para poder cortar la tarta en el banquete habría que preguntarse: ¿alguien recuerda el movimiento de los ciudadanos de Chevènement en Francia? ¿Alguien se ha preguntado por qué Syriza en Grecia es un partido parecido a IU?

Las ideas no viven sin organización… organicémonos antes de que fracasemos sin ni siquiera haberlo intentado.

miércoles, 23 de julio de 2014

El alcalde más votado (y otros debates)


Si viviéramos en una sociedad más politizada; si los ciudadanos fueran plenamente libres, conscientes e iguales; si conviviéramos armónicamente con nuestros opositores, incluso con nuestros enemigos; si los humanos no tuvieran marcado en los genes la ambición, la acumulación material y la envidia; si fuésemos ciertamente solidarios, altruistas, bondadosos y cooperativos; y, por último, si la participación en la toma de decisiones a corto y largo plazo fuera obligatoria y constante, yo no tendría ningún problema en que los ciudadanos eligieran directamente a su Alcalde (tampoco tengo muy claro que en una sociedad así hicieran falta Alcaldes, pero este es otro debate).


Por el contrario, nuestra sociedad es una mescolanza de intereses, codicias y apetitos que ha articulado mecanismos e instituciones que mantienen (y para que mantenga) alejados a los ciudadanos del poder en todos los sentidos. El modo en que esa sociedad, nuestra sociedad, elige a sus alcaldes es conocido: los partidos (y en contadas ocasiones los vecinos o las agrupaciones vecinales) se presentan a las elecciones con una lista ordenada. Los elegidos/las elegidas son los Concejales del ayuntamiento y éstos votan al Alcalde. Los ciudadanos se ven obligados a delegar su poder a una única lista, una única papeleta, y los partidos adquieren así mucho más poder del aparente porque, de un lado, en sus siglas los vecinos delegan capacidad de gestión, de proponer normas, de decisión; de otro, quienes dirigen los partidos saben que son el único vehículo, la única forma actual, de conseguir poder con lo que en la inmensa mayoría de los casos convierten a los partidos en un fin en sí mismo y no en la herramienta que deberían de ser.
La política es demoniaca, no venga a hacer política, es aburrida y se come tu preciado tiempo libre… son todos iguales… y así, los ciudadanos, hartos de corrupción, corruptelas, enchufismo, prebendas, etc. abandonan los partidos (y los sindicatos, pero este es otro debate) y después ni siquiera los vota. Más tarde le dan asco. Por último o se aborregan y se conforman o se rebelan contra el modo, las normas en fondo y la forma. Ahora mismo nos movemos entre esas dos tendencias –ambas con mucha fuerza- que, lejos de encontrarse, se radicalizan: pasotismo, abstención, asco versus democracia, participación, decisión.
Para entender en su totalidad nuestra sociedad, políticamente hablando, tenemos que tener en la cabeza (y en el corazón, pero este es otro debate) a la clásica estructura de clases, al capitalismo con todas sus formas, a los mecanismos e instituciones que hemos creado para articular las decisiones, a los sistemas de representación y de delegación de poder, pero, también, a elementos mucho más transversales y complejos como son la igualdad y la mujer, el medioambiente o las particularidades de los jóvenes; por último, tenemos que añadir al análisis una serie de conceptos e ideas del tipo de la fuerza y la correlación de fuerzas, el conjunto jurídico, el grado de satisfacción y bienestar, la educación y la cultura… en resumen, si fuésemos parte activa de esa sociedad –un elemento dinámico, en evolución y revolución permanente- nos bastaría con nuestra propia experiencia y conocimiento para interpretar, más o menos debidamente, nuestro entorno y poder decidir sobre él. Si somos actores de esa sociedad podemos y debemos saber nuestro papel y del resto, movernos sin estorbar a los demás actores y conocer el desenlace de la obra. No hay que olvidar por último, que además de actores tenemos que ser público para valorar nuestra propia actuación y la del conjunto. Quizá ese desdoble sea el más complejo y más necesario de todos.
Frente al supuesto óptimo expuesto nos encontramos con una sociedad dirigida por unos pocos (por democrática que nos parezca, pero este es otro debate) que contralan los mecanismos de perpetuación de su poder. La educación y la cultura –esa cosa difícil de definir pero que condiciona nuestras elecciones y decisiones- son las herramientas fundamentales y, seguidas muy de cerca, deberíamos de considerar las tradiciones, la religión, los medios de comunicación, los aparatos de represión legal, el poder coercitivo del Estado. Por último y para rizar el rizo, metamos en el análisis conceptos como el de consumo, alienación, dominación o propiedad y ya tendremos una buena parte de los elementos necesarios para entender, actuar y diseñar nuestra sociedad.
La elección directa del Alcalde no es sino un modo de facilitar que aquellos que tienen poder (a través de los partidos como fines en sí mismo) dispongan con comodidad de los elementos para mantenerse o alternarse en el poder. Ahora mismo, nuestro sistema de elección es mejorable (proporcionalidad, listas abiertas, primarias, coaliciones de fuerzas e ideas… pero éste es otro debate) y no obstante es mucho mejor que elegir entre tres, cuatro o siete “caras guapas” que se habrán peinado y maquillado pendientes de seducir y no de hacer.
Rajoy, una última cuestión. Si el sistema que propone es tan bueno y tan justo ¿Por qué no elegimos directamente al Jefe de Estado o al Presidente? ¿Se sometería usted a la elección directa y que gobernara este “país” el Presidente más votado? (Quizá este también sea otro debate). Por si alguien ha leído esto hasta el final: que no te engañen, lo más democrático y lo mejor para la democracia es que TÚ participes, TÚ decidas, TÚ actúes… pienses, elabores, ejecutes, colabores, dudes, sientas… te ilusiones. Lo mejor para ellos es que les votes directa o indirectamente.

viernes, 11 de julio de 2014

El otro discurso

Si intentara aquí un verso acataléctico en el que explicara la adynaton de la situación local de mi pueblo y para que no me pudieran llevar a juicio usara una antonomasia, parecería una mojiganga en la que yo quedaría como un pedante estúpido y tú, lector/a, como un estúpido sin más.

No te asustes, ni yo soy tan culto ni tú tan lerdo. Ni yo quiero hacerme el listo ni quiero que creas que eres un bobo. He tenido que recurrir a un diccionario para colocar aquí esas cuatro palabras que nos van a servir de ejemplo de la terrible distancia que hay entre quien quiere comunicar algo –para transmitir un mensaje, una idea o un concepto- y aquellos que se empecinan en hablar incumpliendo la ley fundamental de la comunicación (mensaje) y los tres filtros socráticos. Parece ser que un discípulo fue a contarle a Sócrates que alguien hablaba mal de él. El maestro le preguntó si había aplicado los tres filtros (o barreras) y el alumno reconoció que no sabía qué era aquello: “Entiendo” -le dijo Sócrates- entonces permíteme aplicártelo a ti”. “Lo que vas a contar de nuestro amigo ¿es verdadero?”. “No lo sé” -le contestó-. “Ya veo”, dijo el filósofo, y volvió a preguntarle: “Lo que vas a contar de nuestro amigo ¿es bueno?”. “Definitivamente no”, le contestó. Por último le preguntó Sócrates: “Lo que me vas a contar de nuestro amigo ¿me es útil?”. “No… no creo que te sea útil”. “Entonces, -le expuso Sócrates a su discípulo-: “si lo que me vas contar de nuestro amigo no es verdadero, ni es bueno y tampoco me es útil ¿para qué me lo vas a contar?”.

Mil veces hemos dicho ya que la política está en crisis. En mi opinión lo está el modo y la forma (casi nunca el fondo) de hacer política. Lo que antes llamábamos elite u oligarquía y ahora llamamos casta, se ha ido autoproclamando un grupo selecto, que se cree capaz, erudito y académico; que ha adoptado unos gestos aprendidos, una pantomima mediática y, sobre todo, un lenguaje enrevesado, aparentemente culto, rico y cargado de tecnicismos. Esa forma de mensaje procuraba alejar, desalentar e incluso prohibir que la inmensa mayoría de la gente se acercara a la política, hiciera política. Conceptos como la “cosificación de la mujer” (convertir a la mujer en un objeto, en una cosa); decir que alguien ha planteado “un axioma” (que algo es evidente sin necesidad de demostración); acusar a alguien de “demagogo” (casi siempre usado como falacia y no en el sentido original de corrupción del buen gobierno); o miles y miles de palabras técnicas o académicas, no hacen sino buscar mantener esa brecha entre quienes supuestamente nos representan y quienes deberían de ser los verdaderos actores: la gente, los ciudadanos y ciudadanas.

No quiero decir con esto que el discurso (vehículo de ideas) se convierta en arenga o soflama, que se cargue de vulgaridad o se haga soez, pero sí quiero defender aquí la importancia de las ideas por encima de cómo se expongan y, sobre todo, que sean verdaderas, buenas y útiles. Quizá un discurso más cercano facilitará un acercamiento y nos convertirá a todos en actores, a no ser, claro está, que se pretenda despreciar a quienes no sean capaces (o no les apetezca) de jugar con estas manidas reglas. Repito: Más verdad, más bondad y más utilidad. 

martes, 8 de julio de 2014

Crema bronceadora contra Podemos e IU

Quedan algunos partidos del mundial de fútbol y, además, están las lesiones de insignes figuras, los fichajes del próximo año, la final y las celebraciones de turno. Ese será el plazo para que, por ejemplo, Gibraltar vuelva a ser un problemón, o, se den como noticias los cuernos, posados, amoríos, divorcios y demás cosas interesantes de la gente guapa.

El verano es el momento propicio para los decretazos, las leyes sin consenso, los ataques a la libertad y la democracia, los indultos y los insultos a la inteligencia y al sentido común: la crema bronceadora es en realidad un dulce anestésico de conciencias. Poco saben los maquiavélicos poderosos de la realidad que intentan manipular, porque ha cambiado de tiempos, de hábitos, de forma y de estructura. Hoy, cuando ni salimos de la crisis ni terminamos de entrar en ella (intentaré explicar esto en un futuro artículo) la sociedad española se desdibuja, se transforma, se organiza y aspira, se confronta y, sobre todo y fundamentalmente, piensa. No podemos lanzar las campanas al vuelo pero una nueva perspectiva de sí misma y de su posibilidad de jugar un papel propio en la toma de decisiones, de ser parte y partícipe, se abre paso poco a poco en el consciente individual y colectivo; insisto, no es la totalidad –se habría acabado este artículo y el problema- pero sí parece que renace una cierta esperanza.

He aprendido algo de la mano de Carlos Taibo y de Serge Latouche sobre el “decrecimiento”, pero he descubierto que ninguno se anima a hacernos decrecer en lo peor del género humano: el decrecimiento no tiene que ser sólo económico, tenemos que generar una sociedad global en la que se decrezca en ambición, en codicia, en posesión de bienes materiales… y, al mismo tiempo, se crezca en solidaridad, en cultura, en intercambio, en autogestión y cooperación, en igualdad y en conocimiento de uno mismo para sumarse a proyectos colectivos.

En ese verano que es hoy, tenemos dos opciones nítidas que, creo, deberían de anexarse (asociarse o fundirse) cuanto antes para organizar esa nueva conciencia y realidad. Izquierda Unida y Podemos, Podemos e Izquierda Unida (junto a otras fuerzas políticas, sindicales, movimientos sociales, mareas, etc.) tienen la obligación de entenderse para plantear un modelo que contrarreste, se anteponga y después venza al único culpable real de la situación económica, antidemocrática, social y cultural que padecemos: el capitalismo.

Ninguno de los dos modelos es perfecto. IU es ya un partido clásico que no termina –lamentablemente- de ser creíble (y al que se le pueden hacer críticas organizativas y políticas) y Podemos ha optado por un modelo con pies de barro que ralentiza las decisiones y que aún no se ha tenido que enfrentar a sus propios fantasmas y contradicciones. Ambos tienen mucho que aprender el uno del otro y el otro del uno. Ambos tienen que recapacitar sobre sus posibilidades reales. Ambos pueden aprovechar cosas del otro. Ambos tienen que contagiarse. Ambos tienen que evitar que, al menos, la crema bronceadora se nos meta en los ojos. Una advertencia más y termino: aquel que desilusione o provoque el desencanto de esa “nueva sociedad” que quiere decidir pagará un alto precio, así es que ojito con las aspiraciones individuales, con los miedos, con los odios, con lo clásico y lo nuevo.

En política uno más uno no siempre da dos. Aprovechemos ese despertar para desperezarnos, retratarnos juntos y sonreírle al futuro. La otra opción es esperar a ver qué pasa en Gibraltar o los cuernos de fulanita, las lesiones de menganito… Podemos (y debemos) crear una izquierda (unida).

miércoles, 2 de julio de 2014

Alcaldes guapos, ciudadanos idiotas

Decía el gran Pericles (el dibujante, no el griego) que “la mejor prueba de que en Estados Unidos cualquiera puede llegar a ser Presidente la teníamos en su presidente”. Eran los tiempos en los que un actor mediocre, pero actor, llegaba a la Casa Blanca para dirigir la “nación más poderosa del planeta”.
Cuando ya no quedan dudas del papel de los medios de comunicación ni de su capacidad para crear conciencia –destruirla en realidad-, para encausar nuestro consumo, para alinearnos culturalmente o, simplemente, para generar opinión o realimentar las modas, nos despertamos con la noticia de que el PP está pensando reformar la Ley Electoral (y algo más) para que los ciudadanos elijamos directamente a nuestro alcalde y, de paso, que no se puedan agrupar partidos para sumar concejales y que la cabeza del consistorio acabe en manos de un partido menos votado que otro.
En principio lo que parece una bondad democrática no es sino una torticera formal de consolidar al guapo de turno frente a las voluntades mayoritarias. Dicho de otro modo: la elección directa del Alcalde (al modo de unas presidenciales) otorgará al elegido o elegida la capacidad de designar a los concejales con responsabilidades directas. Los ciudadanos no votarán listas ni programas (ya que estos no son de obligado cumplimiento) sino que elegirán entre aquellos candidatos más empáticos, más simpáticos, con más presencia mediática, más conocidos… Es, el principio del fin de la política representativa pero no en una evolución lógica de desarrollo de la Democracia, sino, muy al contrario, recuperando el viejo estigma de la imagen. Los criterios para elegir a un candidato van a ser establecidos por su oratoria, su poder de seducción, la difusión de los media, sus gestos aprendidos y teatralizados, en definitiva, por su perfil y las simpatías que pueda despertar (entre la población en general y entre los poderosos en particular).
Que ningún vecino se confunda con los diversos conceptos que estamos planteando aquí: empatía y simpatía no son lo mismo y deberíamos de profundizar también en otros como los ritos (políticos) y quizá explicar la “americanización de nuestra vida cotidiana y de nuestra vida pública” con la “doctrina del shock” que definió Naomi Klein. Pero creo que bastará una breve reflexión libre y ciudadana, digamos de cada uno y una de nosotros, para llegar a la misma conclusión: Alcalde guapo y simpático es radicalmente proporcional a ciudadanos idiotas y borregos. Frente a dar más y más poder a la gente están intentado construir un modelo de lo mediático, de lo tecnócrata. Frente a la suma de ilusiones y compromisos intentan interponer una televisión de plasma que nos ciegue, nos dirija y nos obnubile. Frente a “el nosotros”, colocarán un títere; pero ojo, ese guapo tendrá el poder.
Me despido con la parte final de un poema de Benedetti titulado Los Candidatos. Espero que contribuya a esa reflexión que, creo, tiene que hacer cada uno.
 
Por la avenida vienen
los candidatos.

Desde la acera
solo y deslumbrado
un candidato a candidato
avizora futuro
y se relame.